Por Eduardo Balestena
La famosa transmisión del Mercury Theatre, dirigida por Orson Welles, emitida el 30 de octubre de 1938 se basó en la ilusión creada por un uso nuevo de la radio, en el contexto de los años previos a la Segunda Guerra Mundial.
Los realizadores La Guerra de los Mundos – Radioteatro Experimental 1, juegan con la idea de romper esa ilusión, mostrar sus recursos y con ello saber si la vigencia de la narración sigue siendo la misma.
Exhibido escénicamente, el radioteatro es reformulado, transformándose no en un medio sino en una estética.
La música y el sonido
La música forma parte de esta reformulación: un piano cuyas cuerdas son a veces percutidas con las manos, un teclado, un aparato electrónico, violín y una amplia variedad de instrumentos de percusión: bombo, gong, cencerros, tubos, vibráfono, timbal, plantean la introducción musical y adquieren luego una función narrativa, al subrayar climas y, como leimotive, acompañar situaciones en que el narrador o los periodistas y entrevistados en los reportes, se desplazan de un lugar imaginario a otro, buscando informar sobre el desembarco de los marcianos en distintos lugares.
Un arco de violín deslizado sobre una superficie metálica, o amplificado, lo mismo que un elemento aplicado sobre el parche de un timbal pequeño, como los usados en el repertorio barroco y del temprano clasicismo, trabajan en ese preciso límite entre la música y los sonidos que la componen, pasibles de ser ampliados, permanecer o revelarse de otra manera: de este modo, los leves golpes rítmicos de las manos sobre la cuerda del violín mientras el narrador habla, se convierte en un sonido inquietante, creador de expectativa.
Una realización verbal y sonora
A la inversa de la versión original, la idea no encubre sus recursos sino que su estética se basa precisamente en mostrarlos: los actores, ataviados a la manera de hombres de radio de 1938, utilizan vasos plásticos para crear efectos de imperfección, peligro y distancia –en el tiempo y en el espacio- utilizando también un vaso forrado de papel metálico para crear el efecto de las desesperadas transmisiones que son el motor de la obra.
La evocación de los recursos originales de la transmisión de 1938 es parte de una estética que recrea además la retórica narrativa de la época, a la manera de los antiguos doblajes, con un especial cuidado en la pronunciación de nombres y topónimos en inglés.
Un dispositivo escénico que se desplaza cuando los narradores que intervinieron en a primera instancia –planteo, desembarco y destrucción- ya no lo harán en la segunda instancia -supervivencia y visión de futuro de la historia-.
En la segunda parte la obra adquiere un sesgo político y filosófico: el astrónomo sobreviviente se encuentra con un militar de la guardia nacional, también sobreviviente, que se propone aprender a manejar las armas de los invasores para poder dominar lo que queda del mundo, en una clara alusión al fascismo imperante en Europa. El astrónomo rechaza esa alternativa y plantea la reflexión acerca del saber humano, sus límites y las posibilidades de que la victoria sobre el invasor sea solo momentánea.
De este modo, el mensaje final es de humildad ante lo provisional y limitado de una condición humana vulnerable y azarosa.
Se trató de una realización muy cuidada en cada elemento musical y narrativo, elaborada también muy cuidadosamente por medio de la música y los efectos sonoros, en el marco de una original propuesta que universaliza el mensaje de aquella memorable transmisión del Mercuy Theatre en base a la novela de HG. Wells.
Centro de Experimentación del Teatro Colón
Dirección: Walter Jakob; Agustín Mendilaharzu.
Composición y dirección musical: Gabriel Chwojnik
Diseño de escenografía: Ariel Vaccaro
Actores: Horacio Banega, Juan Barberini y Agustín Meldilaharzu
Diseño de vestuario: María Emilia Tambutti
Diseño de iluminación: Eduardo Pérez Winter
Teatro Colón de Buenos Aires, 29 de junio.